Santi es un niño de cinco años, que, desde que era mucho más pequeño (sí, es casi imposible) venera a Iker Casillas. Como muchos otros niños muy pequeños en todo el planeta.

Pero el caso de Santi es especial: no sólo venera al mejor portero del mundo, sino que se siente identificado con él, de la misma manera que los niños de su edad se identifican con sus héroes.

Santi lleva siempre puesta la equipación de Casillas, y pasa el día imaginando que él es Iker. Con sólo cuatro años, sus padres lo llevaron al Bernabéu, por supuesto vestido de pies a cabeza como su ídolo. Al salir los jugadores a calentar, los aficionados coreaban el nombre del portero mientras Santi comenzaba a mostrar síntomas de miedo. Su madre, psicóloga, preguntó al niño qué le ocurría, y éste respondió muy serio: “Mamá, que yo no voy a jugar…”.

Al poco tiempo de que un compañero de equipo lesionase en una mano a Iker, Santi se rompió un bracito, con lo cual también él tuvo que ser escayolado: “¿Ves, mamá, como yo soy Iker?”.

Su pasión por Iker y por el Real Madrid llega al extremo de preferir ver un partido de su equipo a cualquier película de dibujos animados… con sólo cinco años.

Santi, cómo no, quiere ser portero, y entrena y juega con su equipo, de un pequeño pueblo del sur de Alicante.

Ha heredado de sus padres la religión del madridismo, en sus mejores aspectos. Hace pocos meses el padre de Santi viajó muy prematuramente al cielo. “El fútbol y Casillas son lo que más nos está ayudando con esto”, repite la madre del niño.

Jamás un deporte pudo tener un destino tan noble. Jamás un futbolista pudo hacer tanto por alguien, incluso sin saberlo.